Mar mediterráneo, ???? de ???? de 1.926.
Desde este inmenso mar azul, mecido por las olas de la felicidad, te escribo estas líneas. Voy rumbo a Mallorca en este viejo barco junto a una bella sirena que no me hechiza con su canto, pero sí con sus ojos, mi reciente esposa Isabel Pamiés. Poco tiempo ha de pasar, viejo amigo, antes de que la tierra firme nos salga al paso, con los brazos abiertos, a nuestra llegada a una isla cerrada a los visitantes que no la quieren entender. Comprendo, entonces, que para pisar el suelo mallorquín primero debiera merecerme su respeto, pues de no ser así, lo estaría pisoteando. Sobre las lúgubres profundidades celestes sobre las que surcamos las olas, no hay más que desasosiego impaciente por saber dónde debiera empezar a escribirte estas líneas, apagadas por el llanto de la sal, la neblina y el sol que derrite mis ideas asombradas en la sombra del mejor de los mastiles. El viento fresco, la brisa divagante, vagando por un cielo claro y espesos mis pensamientos. Gélida la mente, caliente el corazón, vacío el estómago. Inaudito. Me proyecto al futuro e intento imaginar como será esta estancia en Mallorca, sin entender, sin saber, quizás, que nada sucede nunca como esperábamos ni nada es tan diferente de la mayor sorpresa. Ni sorprendido ni indiferente, al final todo sigue su curso. Las estelas en la mar se borran y siempre son muy parecidas a las que instantes antes se desvanecieron ante nuestros incautos ojos. A la espera de la aventura cotidiana, pues el pan con chocolate solo es dulce para quien se sumerge en las saladas aguas del océano con la mirada de un niño sonriente sin dientes.